Salamanca: Su ciudad de suerte
Es innegable que Sotomayor siente una conexión especial con Salamanca. Ya en 1988 había impuesto un récord mundial en esa ciudad. Pero fue el 27 de julio de 1993 cuando, con una marca previa de 2.44 metros y tras una profunda concentración, emprendió la carrera que lo llevaría a la inmortalidad. Aquel salto de 2.45 metros no sólo rompió su propio récord, sino que dejó una cifra que, hasta hoy, sigue desafiando a la gravedad y a otros atletas.
Pero el amor con España no terminó ahí. En Sevilla, un año después, alcanzó los 2.42 metros, y previamente, en 1992, Barcelona se rindió a sus pies con la medalla de oro olímpica.
Más que un atleta: un ícono español
El impacto de Sotomayor va más allá de su capacidad atlética. España lo ha acogido como uno más de los suyos, otorgándole la ciudadanía española. No es de extrañar que su legado continúe en tierras ibéricas, ya que su hijo, con el salto en su sangre, se entrena en el país y promete seguir la estela de su padre.
Tres décadas de un salto inigualable
Con 55 años y una trayectoria impecable, Javier Sotomayor sigue siendo un faro de inspiración. Representa el esfuerzo, la dedicación y la pasión con la que se deben afrontar los desafíos. En este trigésimo aniversario de su récord mundial, desde Cuba hasta el último rincón del mundo, el deporte rinde homenaje al hombre que tocó el cielo con sus pies y dejó una marca que, hasta ahora, parece inalcanzable.